CÓMO SALIR DEL CUBO BLANCO. SOBRE "INSTALACIÓN 57" DE ROBERTO VALCÁRCEL
"Instalación 57" vista desde la calle |
Por: Jorge Luna Ortuño
Investigador CCP
Cabezas negras de maniquíes se
ubican alineadas sobre la gravilla en un área que es mayor a la mitad de la
sala de exposición, demarcando una línea de separación entre el espacio de la
obra y el espacio de los espectadores. Lleva por título “Instalación 57”, obra de
Roberto Valcárcel, presentada dentro de la XXI Bienal Internacional de Artes de
Santa Cruz de la Sierra “Lo público. Fuera del cubo blanco”.
Esta instalación está adecuada
dentro de una sala de paredes blancas en el Centro de la Cultura Plurinacional.
¿No contradice su disposición con el tema curatorial de la citada bienal? En
realidad no, y veremos por qué.
Partamos por definir el cubo blanco.
En sentido metafórico remite a la sala de una galería, básicamente una suerte
de contenedor de obras de arte que se exhiben para la contemplación. Brian O
Doherty, en su clásico estudio sobre la influencia del contexto en el arte titulado
Dentro
del cubo blanco. La ideología del espacio expositivo (1976), señala que la regla fundamental del cubo blanco es que “el mundo
exterior no puede penetrar en él, y por eso las ventanas suelen estar cegadas”.
Las paredes están pintadas de blanco, la luz viene del techo y se cuida la
austeridad visual del entorno. La pared se reconoce siempre como un límite de
fondo que no se puede traspasar. Y el piso es cómodo, para que el visitante se
desplace y pose la mirada en las paredes. Doherty señala que la finalidad que
cumple el cubo blanco es similar a la de los edificios religiosos: “al igual
que las verdades de la fe, la obra de arte debe presentarse aislada del tiempo
y sus vicisitudes”.
El problema es que este formato en
el espacio instala un concepto de exposición de arte, pero además un concepto
del arte en sí: “arte sería lo que se exhibe dentro de los cubos blancos de los
museos y las galerías”. Establece una ideología dominante que liga la
producción de arte con la exhibición de productos cuyo valor de intercambio sería deseable.
Así pues, Valcárcel aparece en
escena con una instalación brillante por su sencillez y eficacia. Coloca la
gravilla en la sala, ordena las cabezas de maniquíes en filas, dispersando la
dirección de cada una, y luego determina que la gente no puede caminar encima
ni alrededor. Es curioso, porque se supone que en una instalación artística el
público se integra al espacio de la instalación y se vuelve parte de él. Es lo
que lo diferencia del teatro, que mantiene una división entre el lugar de la
obra y el lugar de los espectadores. Pero “Instalación 57” organiza la mirada
de los otros a distancia. Valcárcel no quiere que la gente esté encima de la
gravilla sino que la mire de costado, que tenga cierta distancia y por tanto
perspectiva. ¿Para qué?
He aquí la genialidad. Es como si
Valcárcel dijera: vamos a salir del cubo blanco. Pero este salir no consiste en
que el artista se vaya a la calle a hacer obras de arte urbano. Valcárcel
decide quedarse dentro de la sala y producir desde ahí el “efecto fuera de cubo
de blanco”. Para ello necesita que los visitantes vean con distancia las
cabezas de maniquíes: al completar la imagen, los espectadores deben imaginarse
que el cuerpo está por debajo de la línea de tierra. De esta manera hace que
piensen en otra dimensión más, que es lo que está abajo. 1,50 o 1,60 metros
hacia abajo que serían aproximadamente la altura del cuerpo de un hombre. Una
exposición por lo general muestra lo que está en la superficie, pero
“Instalación 57” busca que nos preguntemos qué hay por debajo, es decir, que
nos enfoquemos también en lo que no vemos. Así rompe la línea de la superficie.
Nos recuerda a la muestra “Not afraid to love” del italiano Maurizio Cattelan,
realizada en La Monnaie de París, donde hizo una excavación dentro de una sala
y colocó una escultura que era su autoretrato, como si estuviera saliendo de un
hoyo dentro del mismo museo. Aquella escena invitaba a pensar esta cuestión
extraña: ¿qué hay por debajo de la sala?
Maurizio Cattelan. Exposición "Not afraid to love", Museo La Monnaie. París, Francia |
Luego, cabe reparar en los
elementos utilizados y en la tensión que existe entre ellos. El maniquí tiene
una carga simbólica especial en una ciudad como Santa Cruz, tan obsesionada con
la belleza, el cuidado externo, los arquetipos físicos, etc. Además de
aportarle la sensación de una medida a lo alto, la cabeza de maniquí le permite
simbolizar moda, ropa, apariencias, mercado o shopping, superficie. Las cabezas
enterradas en la gravilla podrían percibirse como el hastío frente a la
superficialidad; enterremos la mirada superficial y miremos hacia lo que no
vemos, imaginemos.
En esencia, lo que Valcárcel logra
es romper con las coordenadas del cubo, rompe la mirada hacia abajo. Responde
así a la convocatoria de esta XXI Bienal de Artes de Santa Cruz y su texto
curatorial. Eso de “fuera de cubo blanco” –que es parte de un lenguaje
encriptado sólo dirigido a entendidos en la materia– debe ocurrir en la
percepción de los espectadores. Es decir, este “fuera de cubo blanco” no es un
divertimento intelectual sino que tendrá algún sentido en tanto que quien mire la
obra lo perciba, perciba el efecto de salir del cubo blanco mientras está
parado dentro de la sala. Si no le sucede al espectador, no tiene importancia
en absoluto.
Vista de costado "Instalación 57" |
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