EL SENDERO DEL "MOJÓN CON CARA" EN SANTA CRUZ DE LA SIERRA
Alfredo Román Bulacio Estaca Está Acá. Premio Arte Joven del Festival Huari 2007 Intervención en espacio público Santa Cruz de la Sierra |
Por: Jorge Luna Ortuño
Investigador
En el
cruce de las céntricas calles Rene Moreno y Republiquetas se encuentra situado un
símbolo del galán cruceño que no desespera y que mira desde una esquina hacia
la casa de la mujer amada. Se trata de una escultura de madera, clavada en el piso a modo de señal, que se recuerda como el “Mojón con cara”, nombre rústico que adoptó gracias a la historia que le dio vida. El "Mojón con cara" es un monumento de madera, medio
oculto entre los pilares que lo cobijan, guiño a la
perseverancia y al espíritu decidido y emprendedor del cruceño. Cabe enunciar lo siguiente: ¡No precisamos en Santa Cruz echar mano de
historias foráneas de San Valentín cuando tenemos una de la talla del Mojón con
cara! Hernando Sanabria Fernández es uno de los autores que ha preservado esta
historia a través de la transmisión escrita en su libro Tradiciones, leyendas y casos de Santa Cruz de la Sierra. Así nos
narra los hechos en el comienzo:
“Hacia la primera cuadra y con frente a la acera norte de la calle Republiquetas, vivía por aquella época una moza en la flor de la edad, bonita, graciosa y llena de todos los atractivos. Su madre le mimaba y reservaba para quien la mereciera [...] Pero sucedió que la niña puso sus ojos y luego el corazón en un mozo que, aparte la buena estampa y los desenvueltos ademanes, nada más tenía a la vista”. (Sanabria Fernández: 1979, p. 37).
La historia de los romances es probablemente
más vieja que la historia de las ideas en el mundo. Aquellos poco afectos al
giro lingüístico señalan con gusto que en el inicio de los tiempos, antes de la
palabra, se descubrió el arte de aparearse, que se hacía con otros lenguajes de expresión. Sin entrar en ese debate, la
cuestión es que aquel jovenzuelo de la historia, paciente y empecinado como todo buen
enamorado, se paraba día y noche en la mencionada esquina: “ahí se estaba,
plantado y enhiesto, a la espera de que la amada asomase al corredor o siquiera
a la puerta, para cambiar con ella algún tiroteo de miradas o recibir la dulce
rociada de una sonrisa.” (Sanabria Fernández: 1979). La madre de la niña, recelosa y burlona, exclamaba
despectivamente: “¡Ya está ahí otra vez parado ese mojón con cara!”
Cuentan
los vecinos del barrio, varios de ellos residentes de la zona desde hace más de
cuarenta años, que en aquellos tiempos utilizaban un mecanismo de protección de
las casas contra los choques de algún carretón, por lo que plantaban en las
esquinas troncos de cuchi en el borde de las aceras, y que se les llamaba
ordinariamente mojones. El mojón, para alguien que ha estudiado ingeniería, es
esencialmente una referencia espacial, un punto que sirve para fijar y
tomar medidas.
La
pregunta es ¿cómo llegó aquel mojón de la René Moreno y Republiquetas a tener
una cara tallada, dejando así de ser un inexpresivo tronco varado en plena
esquina? Podrá el lector transitar por la calle mencionada y se encontrará con
los rasgos de su expresión risueña, casi inocente, apuntando hacia otra vida
pasada de esta ciudad.
En el
frente, justamente en la esquina opuesta en dirección hacia la Plazuela
Blacutt–, se encuentra la tradicional Farmacia Atenas. La propietaria, una
amable señora que se instaló ahí hace 51 años, recuerda sonriente que el
monumento del “Mojón con cara“ fue cambiado de lugar varias veces en las
últimas décadas, haciendo notar además lo siguiente: “Originalmente el Mojón
con cara miraba hacia esta casa [la farmacia], porque aquí es donde vivía la
familia de aquella señorita de la historia. Pero por alguna razón lo colocaron
mirando erróneamente hacia la otra esquina en diagonal”.
El
dato no es menor, aunque de inicio no cambie en nada la historia. El Mojón con
cara nos recuerda a aquel ingenioso prisionero que encuentra la manera de
tallarse metódicamente una salida a la condición que lo mantiene encerrado tras
las rejas. Cuenta Hernández Sanabria:
“Con
el filoso trasao que llevaba al cinto, como todos los galanes de su tiempo y
condición, empezó a labrar el duro palo, con miras a darle en la parte superior
la forma de una cabeza humana. Como disponía de sobrado tiempo, hizo en ellos
cuanto pudo”.
El
gesto fue burlesco, un mensaje enviado claramente en alusión a las palabras de la
madre de la muchacha. Felices tiempos de otra inocencia, que daban lugar al
cortejo y las herencias del amor cortesano, algo quizá difícil de comprender
desde nuestra cultura actual, tan enfrascada en la desconfianza hacia el otro.
Apostado en esa esquina, aquel joven no tenía nada que envidiar de los mejores lances
amorosos del seductor Giacomo Casanova, quien recuerda deliciosamente sus
conquistas y desamores en el grueso libro Memorias
de mi vida. Probablemente, hoy en día la historia del mojón no sería
posible, tal vez los dos jovencitos se conformarían chateando por el whatsup;
además hoy en día mirar demasiado tiempo fijamente o quedarse inusualmente en
un lugar es percibido de maneras no siempre bien recibidas.
Lo
cierto es que esta historia cuenta que una de aquellas madrugadas la madre se
espantó al descubrir que la muchacha había dejado la casa; supieron que se
había fugado con el impertinente muchacho. Lo único que quedó fue ese “Mojón
con cara” como testigo mudo de aquellas jornadas que pasó inmóvil en vigilia.
Le
debo un agradecimiento al artista Alfredo Román –uno de los más destacados en
la ciudad en intervenciones de espacio urbano– pues el interés en este tema se
reanimó gracias a la revisión de su obra de artes visuales Estaca Está Acá, obra ganadora del Premio Arte Joven del Festival
Huari 2007, que organizó Raquel Schwartz con Simple KIOSKO. En ese año la obra intervino el Mojón con
cara con hilos que se extendieron desde el mojón hacia las cuatro esquinas,
formando una suerte de red de teleraña, que se iluminó con los juegos de luces,
haciendo resplandecer una sensación diferente en torno a una escultura semi-olvidada
o poco percibida, vieja historia romántica del imaginario de la Santa Cruz de
antaño. La obra involucró además gestiones con las autoridades municipales para
cerrar el paso del tráfico en varias cuadras a la redonda durante horas de la
noche.
Alfredo Román Bulacio
Estaca Está Acá. Premio Arte Joven del Festival Huari 2007
Intervención en espacio público
Santa Cruz de la Sierra
Cuando
el migrante del interior llega a Santa Cruz, mayormente suele llevarse la impresión inmediata de que se encuentra en una Bolivia diferente. Particularmente si proviene del
Altiplano, la primera impresión indicará que esta ciudad poco tiene que ver con
las tierras altas, su paisaje, su talante y las características de su población. El clima tropical, la
irrupción de una arquitectura moderna, la fuerte presencia visual que tienen
los supermercados y las cadenas de tiendas y malls, además de la moda y la
sensación de extrema diversidad que se respira entre sus calles, son algunos de
los datos que la mente va descargando velozmente. Sin embargo, todavía es cierto que la verdadera esencia se encuentra guardada modo fino y detallado
a través de sus mitos, tradiciones y leyendas.
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