EL ARTE EN LA ERA DE LA FLUIDEZ
Francis McCrory, artista de la lluvia |
Por: Jorge Luna Ortuño
Frente al desfondamiento de las
instituciones y la caducidad de los viejos relatos totalizantes, nos hemos
visto arrojados a la era de la fluidez. En el libro de Ignacio Lewkowicz, Pensar sin Estado. La subjetividad en la era
de la fluidez, Paidós, Buenos Aires 2004, encontramos un retrato lúcido de
la situación. La fluidez nos habla de la inestabilidad imperante, pero también
del constante ánimo de reinvención; de la superación de las instituciones como se
conocían, cuando eran ellas el punto de anclaje para producir subjetividad,
para constituirnos como sujetos a manera de un gran espejo.
“En fluidez, se existe por pensamiento. En fluidez, uno pertenece a los sitios en los que puede pensar. En fluidez, el pensamiento es posible en espacios habitables, es decir, en espacios que albergan una actividad que los configura, espacios que se constituyen por la actividad que albergan.” (Lewkowicz: 2004).
En la contemporaneidad, los modos
de producir subjetividad son mucho más inestables, diversos y conviven con la
intemperie. También por ello existe tanta necesidad de pertenencia, lo que se
manifiesta en el mundo virtual: las redes sociales ofrecen la ilusión de que
siempre se puede estar con alguien y formar parte de algo, ya sea de una
protesta, una colecta, una campaña, una acción cultural, aunque no se participe
ni se salga del propio dormitorio. Y los
grupos virtuales proliferan. ¿Cuántos se mantienen dentro de grupos de Whatsup que
no les interesan sólo por el miedo a dejar de pertenecer simbólicamente?
El sociólogo Sygmunt Bauman ha
escrito prolíficamente sobre este asunto usando el adjetivo de “lo líquido”
para calificar a nuestra era: amor líquido, seguridad líquida, ciudades
líquidas, etc. Pero la noción ya estaba presente en la Antigüedad en el
pensamiento de los filósofos griegos, particularmente en Heráclito y Platón.
Acciones artísticas de Roberto Valcárcel en la Calle Comercio, La Paz-Bolivia |
En todo caso, lo que nos interesa
acá es ver cómo la era de la fluidez afectó a las prácticas artísticas
contemporáneas y a las mismas instituciones tradicionales del arte como los
museos. Para empezar, el sueño del arte, instaurado en la Modernidad, que lo
entendía como la operación de detener el tiempo, se ha convertido en obsoleto.
En ese momento la principal ocupación del arte era la de resistir el paso del
tiempo. Los museos públicos y las grandes colecciones privadas servían para
inmunizar a estas obras de la fuerza destructiva del fluir del tiempo. Los
artistas también luchaban para trascender el desgaste del tiempo, encarnaban un
ideal de belleza para ser parte de la memoria histórica.
El filósofo y curador Boris
Groys, en El arte-flujo. Ensayos sobre la
evanescencia del presente, Caja Negra 2016, propone un abordaje del arte
como flujo, esbozando al mismo tiempo una crítica al arte contemplativo, que
se arraiga a la estabilidad, que promueve la materialidad durable de un objeto
cuya imagen se puede contemplar y volver a contemplar repetidamente en el
transcurso del tiempo. En contraposición, desde los movimientos de las vanguardias en el siglo XX, cuna del arte
contemporáneo, se han producido hechos artísticos que revelaban la
obsolescencia y la decadencia de ese modelo y del presente.
Marcel Duchamp realizó una gran
intervención al interior del régimen del arte con su obra de 1917 “La fuente”,
el famoso urinario que descontextualizó de su uso cotidiano para incluirlo
dentro de una exposición en Nueva York. Duchamp no estaba haciendo otra cosa
que cuestionar el estatuo quo del régimen de las artes, el régimen del tiempo
congelado de los objetos privilegiados del museo. Jacques Ranciere definió este
régimen como el vínculo establecido entre ciertas formas de producir arte,
ciertas formas de visibilizar esa producción y ciertas formas de
conceptualizarlas o ponerles un rótulo.
En Bolivia encontramos en los
años 80 los primeros hitos que atentaban contra este vínculo. Recordemos las
acciones artísticas de Roberto Valcárcel (acción amarillo,
acción verde), circuitos en los que transitaba en la calle semidesnudo y
pintado de un color en cuerpo entero, haciendo una ironía sobre los materiales,
el soporte y la obsesión por la técnica. Nada de eso define al artista,
afirmaba con claridad. Nos referimos a “Acciones
de colores” (1985-1988), luego “Acciones en la calle Comercio” (1985) y la
anti-procesión de Sol Mateo “Pura Paja” (1987). Todas ellas fueron acciones
artísticas realizadas en La Paz en espacios públicos, en la calle misma, a las
afueras de instituciones tradicionales como el Museo Nacional de Arte o la
Iglesia San Francisco, entre otras. Siempre se pensó que se trataba de una
crítica al espacio rígido del museo y su falta de conexión con los públicos
mayoritarios. Sí era eso, pero en el fondo, lo que las acciones artísticas
hacían era celebrar un arte fluido, el arte como acontecimiento, sin
anunciarlo, sin inaugurarlo, ni programarlo dentro de una agenda ni invitar a
la gente a que entre al tiempo del museo; ¡arte en el flujo de la vida! Hacer simplemente
algo que suceda, algo que irrumpa en el flujo cotidiano de algún lugar, donde
los ciudadanos que circulan se vean provocados, afectados, dislocados,
confundidos, exasperados, ¿quién sabe?, experimentación.
Roberto Valcárcel "Acciones de colores" (1985-1988), La Paz-Bolivia |
Los museos en el mundo paulatinamente han ido buscando estrategias para adaptarse. Boris Groys enfatiza que los museos se han teatralizado cada vez más, ahora les importa ser lugares donde suceden cosas. Tal vez por eso los museos quieran parecerse cada vez más a los centros culturales, espacios dinámicos de alta rotación de actividades. En la última década los museos han incluido programación de presentaciones de libros, conciertos, performances, charlas, obras de teatro. Parte de la fluidez que los ha trastocado y que abre un campo infinito de posibilidades.
Boris Groys sobre el arte-flujo en E-Flux
El arte en la era de la fluidez (El Día)
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